El Bolí, Molinas, yo, y todos los demás.

A Molinas le decíamos así en el colegio porque el padre era panadero. El pan se hace de harina, y la harina viene de los molinos harineros del Paraguay. Los panaderos, que hacen pan, están todos llenos de polvos blancos, y harinas. El señor Ortega, un señor con polvos blancos, tuvo un hijo, que eventualmente se convertiría en nuestro compañero de colegio: Molinas. La educación privada y católica que recibíamos, no nos daba para apodos más originales.

El asunto con él, o más bien en su contra, (contra Molinas, el del colegio), no llegaba al punto del acoso, pero para allá íbamos.

¿Qué más ibamos a hacer con el pobre?, si además de usar diferentes modelos de anteojos, era pelirrojo. 

Yo quería que le pusiéramos otro apodo, pero a mí nunca, nadie me escuchaba. Así Molinas siguió siendo Molinas, por toda la secundaria, y tal vez, por el resto de su vida. Aunque en sus documentos tuviera que firmar con el apellido del padre.
***

En fin, el Bolí, ¡tremendo personaje!, a ese sí que le ensoquetamos un buen apodo. Pero además, Molinas y el Bolí tenían algo. Algo juntos.

El Bolí no estudiaba con nosotros, pero hacía todo lo demás. Era el hijo de Ña Larú, la cocinera de la cantina. Y vivían en una casillita, ahí mismo en el colegio, que antes estaba llena de papas. Nuestra mismísima edad la del Bolí, pero seguro seguro, tenía algo con Molinas. 

Ña Larú tenía además otra hija que, yo estoy seguro, hasta hoy día, era paraguaya.

Demasiado linda era ella como para ser extranjera. Ah, claro, porque Ña Larú era boliviana. Ella, el Bolí, todos, menos Angélica, que además dormía solita en otra casilla, o a veces con el pa'i (el cura, quiero decir).
***
Yo, una vez de esas que nadie se levantó temprano en casa, jueves, llegué tarde al colegio. Con mi uniforme un poco arrugado, la camisa manchada de bolígrafo y el saco con una hilacha en el codo, abrí la puerta del aula: juntos y al unísono, todos soltaron una risotada. Pero a mi me sonó más a grito de guerra.

Podríamos decir que yo era un poquito más popular que Molinas.

Ese día, a última hora, me mandaron a la biblioteca, mientras los demás tenían educación física, como cada jueves. ¡La clase de educación física!, ahí descubrí que mi cuerpo es inflexible, y hasta ahora... 

Bueno, total que diez minutos antes de que suene el timbre para salir, voy y le digo a la bibliotecaria, encargada de celar mi castigo, que necesito ir urgentemente al baño. Ella me hace saber que sabe que yo se lo que me va a pasar si no vuelvo a la biblioteca antes de la hora de salida, pero accede. Entonces corro para que estar a tiempo de regreso.

Y así mismo: dos minutos antes de que sonara el timbre, yo estaba reportándome ante ella, tal como me lo había pedido. 

Me senté en una silla, y ahí, todo me dio vueltas, y vueltas, y más vueltas. La bibliotecaria se asustó, dice, pero igual antes de que el susto la inmovilizara, alcanzó a llamar al inspector que, apenas verme, se fue volando a despertarle al pa'i (sí, el cura, pero además director del establecimiento). 

Éste se puso encima de su pijama un pantalón largo y un saco y después sudó mucho. 

Nos llevó, así todo transpirado, en su cuatro por cuatro al hospital de ahí cerquita. 

A mí, en seguida se me pasó, pero no tenía nomás que cerrar mis ojos, por que ahí mismo, píiiiuuuu, ya veía todo lo que había visto hacía rato, y que tan mal me había hecho sentir. La bibliotecaria, en cambio, tuvo que pasar la noche en el hospital, porque se le había acelerado demasiado su corazón, parece. No sé también.

Lo que sí, es que mientras esperaba el alta, me alcancé a fijar en un detalle de la pared, ahí, en el hospital: había un pergamino con los diez mandamientos. Todas negaciones. 

Se escuchaban las voces del pasillo. Yo esperaba, pero no cerraba los ojos. Pensaba también, me acuerdo, con los ojos bien abiertos: por favor, yo no le cuento a nadie, pero sacame esta suciedad de adentro, no sé, señor, dios, doctor, Angélica, yo pensaba o rogaba. 

No desearás la mujer de tu prójimo, en la pared.

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Tres años por ahí anduve así, tratando de que me guste Angélica, o Ña Larú aunque sea, o alguna profesora, no sé, una mujer cualquiera, y nada. Ni cuando dormía desaparecía la imagen esa, de hacía tres años, el Bolí y Molinas, y cuando yo dormía, estaba yo también con ellos. No espiándoles, no, ahí mismo, entre ellos, entre sus cuerpos y eso. 

Después despertaba y no se cómo, pero yo me convencía que había tenido un sueño erótico hetero. Uno con Angélica me gustaba pensar. Pero la verdad que ni en sueños. 

El vínculo que tenía el sacerdote con dios parecía mucho más seductor que cualquier cosa que yo pudiera hacer. Además, la suciedad esa ya se me había metido bien adentro, y la verdad, la verdad, Angélica no me gustaba tanto. Molinas un poco.

***
Bueno, después, el Bolí se fue, cuando nosotros cumplimos 17, 18. O era él, entonces, o nosotros a finales de ese año, cuando nos graduáramos. Así que no nos íbamos nomás luego a ver más. Creo que nadie, salvo Molinas, lo echó demasiado en falta. Yo ya sabía toda esa, su cochina verdad, pero en el fondo... no sé, los entendía. Yo no quería ser precisamente el que fuera a acusarles, de todos modos.

Y después, no sé en mayo o en junio por ahí, ya habían pasado tres meses más o menos desde que el Bolí se había ido, empezó Molinas a hablarme más. O sea, de nada en especial, pero como que se quiso hacer mi amigo. Yo creo que el sabía lo que yo sabía, y que encima me gustaba, y eso fue lo que hizo que él, no sé... me tanteara por ahí.

Me acuerdo del mentol de su aliento. Mi papá hubiera desaprobado totalmente lo que yo hacía, ahí, con Molinas y su aliento a mentol. A mi, dentro de todo, me causaba un placer culpable.
¡Molinas, que personaje!

***

Después de eso, un día agarré y le pegué muchísimo, y encima hice que le expulsen. 

Les conté, a todos, como él había puesto algo en mi cocacola, y que yo lo único que entendía era que algo no andaba bien, pero como que no podía reaccionar.

Gracias a eso, también, mis compañeros empezaron a respetarme más. Se fue Molinas, y listo, mi popularidad por las nubes. Y era más fácil así, claro. 

El colegio se termina. Después en la universidad iba yo a conocer a una chica, luego ella sería mi novia, después ya seguro nos íbamos a casar, y bueno, todo lo que pasa después... 

Pero a decir verdad, como que yo antes ya sospechaba que algo conmigo era diferente. Pero Molinas, que ya sabía lo que a él le pasaba, me aclaró el panorama. Y después pagó por hacerlo.

***
Pocos meses después de la graduación se murió mi viejo. Más se acercaron a mí, mis compañeros, y peor le fue a Molinas. Hasta su casa nos íbamos a veces, ka'ure, a tirar huevos, o botellas. Bueno, los muchachos del curso seguían sin escucharme, yo quería que le agarremos luego entre todos, para enseñarle, pero no había caso. Huevos y botellas nomás.

En todo caso, después se supo que con casi toditos se metió él. Y siempre así, como enamorándole luego a los muchachos, ¿podés pio creer?

O sea que el pelirrojo infeliz nos había jodido a toditos, y nosotros pensando que nosotros lo que le acosábamos a él. Por eso mismo, recién cuando finalmente se fue con su familia a vivir a Buenos Aires, nosotros le dejamos tranquilo.
***

Hay veces, así, como ahora que hace frío, que yo me acuerdo de él. No me arrepiento de nada. Bueno, me hubiera gustado verle más, o no sé, haber sido amigos. Dos años me pagó mi mamá mi carrera en Buenos Aires, pero no le encontré nunca. Cuando volví a Paraguay me dijo mi mamá que quería ya que yo tenga familia. 

Dudo, hasta ahora. A mi me gustaba, después de todo, Molinas.

Ah, y el pa'í después colgó los hábitos, y Angélica le dio un par de gemelos. El huevo o la gallina nomás te voy a decir. Esto pasó hace poquito en todo caso.

Yo, sí, solterito. Triste sigue mi mamá, pero, y ¿qué se le va a hacer? Así nomás es. No estoy todavía preparado, tal vez Molinas se me aparece otra vez por la vida. 

A veces también pienso que al pedo le pegué. Pero, bueno parecía si que, que a él todo eso, toda esa violencia... no se, como que le gustaba.

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